El fundador de la Compañía de Jesús, el santo español Ignacio de Loyola, emergió como líder religioso durante la primera mitad del siglo XVI, en el período llamado “la contrarreforma” de la Iglesia Católica.

Militar durante su juventud, tras ser herido en una batalla contra el ejército galo, pasó un prolongado período de recuperación que lo hizo vincularse con la religión, principalmente mediante la lectura de vidas de santos. Luego de su sanación, quiso peregrinar y vivir de acorde a su nueva conciencia. Este retiro lo hizo acercarse a Dios mediante el ayuno, la reflexión y la oración. De este período de discernimiento surgieron sus Ejercicios Espirituales, método ascético y gran legado del santo que practican, hasta el día de hoy, quienes desean interiorizarse en la espiritualidad ignaciana.

Tras comprender que su misión, más que el solitario peregrinar, era “ayudar al bien de las almas” decidió prepararse para ello. Con este objetivo llegó la Universidad de París L’ Sorbonne, donde conoció a Pedro Fabro y Francisco Javier, sus primeros compañeros, que al poco tiempo sumaron diez. Luego de hacer sus votos, y tras un fallido intento de peregrinar a Tierra Santa, el grupo decidió ponerse a disposición del Papa Pablo III, quien aceptó la creación de la nueva orden.

Ignacio pasó sus últimos años en Roma constituyendo la Compañía de Jesús y murió el 31 de julio de 1556 viendo cumplidos grandes deseos: la Iglesia había aprobado su libro de Ejercicios Espirituales, la Compañía de Jesús y sus Constituciones y, el que había nacido como un grupo de diez compañeros, al momento de su muerte contaba con más de mil jesuitas repartidos por los cinco continentes.

El 12 de marzo de 1622 la Iglesia lo declaró santo, el mismo día que a su amigo y compañero Francisco Javier.

Fuente: Jesuitas Chile