Todo comenzó el lunes seis de junio, cuando el clásico plumón negro del profesor Enrique Moreira Castro anunciaba en la pizarra del Segundo Medio A una propuesta de ayuda solidaria con el fin de socorrer a una familia de la población Manuel Rodríguez que lo había perdido todo en un incendio, el pasado 31 de mayo. Aquel lunes nos fuimos con la idea clara: reuniríamos ropa, utensilios para el hogar y alimentos no perecibles para ir, en cuatro días más, a entregar nuestra ayuda como curso, junto al profesor Enrique.

Al día siguiente, se redactó la primera comunicación para los apoderados, con el fin de informarles acerca de la noticia que remecía a la población Manuel Rodríguez y la propuesta que había nacido el día anterior. Posteriormente, el jueves 9 de junio, llegamos a casa con el segundo escrito que nos daría la autorización para salir a cumplir nuestro objetivo la mañana siguiente. Sin embargo, algo más nos intrigaba y a la vez nos emocionaba: antes de dirigirnos a la sede donde se alojaba la familia afectada, pasaríamos al Cementerio Católico de Osorno a leer un capítulo del libro “Tinta Roja” del escritor chileno Alberto Fuguet.

Y fue así como aquel viernes 10 de junio nos alistamos en el estacionamiento del colegio, con el fin de cargar en una camioneta blanca todas nuestras donaciones para luego dirigirnos al cementerio y, con libro en mano, dejar que la narrativa inunde el aire frío y llegue a los rincones donde yacen aquellos que no nos pudieron acompañar en vida durante la lectura. Al finalizar con esta parte del recorrido, salimos del cementerio y dejamos fluir el espíritu ignaciano por las calles en dirección a la sede social donde se albergaba la familia, siempre guiados por nuestro profesor Enrique Moreira Castro.

Llegamos cerca de las 10:45 de la mañana, junto a la camioneta con las donaciones; descargamos estas últimas y entramos a la sede. Allí estaba la familia, que amablemente nos dejó entrar en su hogar provisional y que ahora no apartaba la vista de los adolescentes que entraban y salían con bolsas y cajas destinadas a ellos. Finalmente, cuando ya todos los donativos habían sido puestos sobre una mesa, nos reunimos como curso y junto al profesor Enrique nos sacamos una foto que dejaría enmarcado el cálido recuerdo de aquel viernes donde la disposición del espíritu sanmateíno había puesto sus manos en ayuda a una familia afectada por un despiadado incendio.

Fueron unos pocos minutos los que estuvimos en la sede, pero aun así regresamos al colegio sintiéndonos satisfechos por el hecho de haber ayudado a esta familia azotada por la desgracia. Llegamos justo al inicio del segundo recreo y durante el resto de la jornada no paramos de hablar sobre lo entretenida y significativa que fue esta experiencia. <<Estuvo bastante bacán, la verdad. Más el tema del cementerio>>, me dijo mi compañera Thiare cuando le pregunté por la experiencia. <<Fue una actividad nueva y divertida que sería divertido que se volviera a repetir>>, opina Joaquín. <<Me pareció muy bien que el profe nos diera la oportunidad y el espacio de ayudar y que tuviéramos esa salida pedagógica>>, fue lo que me dijo Martina, la última persona a la que le pregunté… Pero al final del día hay una frase que lo resume todo:

“Entramos para aprender, salimos para servir”
– San Ignacio de Loyola.
MAXIMILIANO ASENCIO. SEGUNDO MEDIO A